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viernes, 29 de abril de 2016

Osos y aves gigantescos: las últimas novedades de la mano de paleontólogos del CONICET

Este mes coincidieron las publicaciones de dos importantes hallazgos con participación de investigadores de nuestra ciudad

Carolina Acosta Hospitaleche trabajando en la Antártida


Las últimas semanas trajeron curiosas noticias paleontológicas que contaron con la participación de científicos del CONICET en el Museo de La Plata: por un lado, que los gigantescos osos que hace más de 10 mil años habitaron los hemisferios sur y norte no eran parientes tan cercanos como se creía y, por el otro, que definitivamente en la Antártida existieron los pelagornítidos, aves de 7 metros de ancho que tuvieron su apogeo hace 35 millones de años. Ambas novedades se dieron a conocer en las revistas Biological Letters y Journal of Paleontology, respectivamente.

Un caso de convergencia morfológica

En cuanto a los osos las noticias son dos: la aplicación con éxito de una técnica de biología molecular utilizando ADN antiguo que más de una vez se había intentado de manera infructuosa y, además, el resultado en sí mismo, que viene a contradecir a la hipótesis reinante sobre el parentesco de los úrsidos, tal el nombre científico de la familia a la que pertenecen estos mamíferos. Según la bibliografía vigente hasta el presente, los dos géneros que vivieron en América del Sur y en América del Norte, Arctotherium y Arctodus, tuvieron un antecesor común y luego se diferenciaron. Sin embargo, a la luz de los nuevos análisis filogenéticos, es decir, acerca de sus relaciones evolutivas, ahora se sabe que surgieron de manera independiente, cada uno en un hemisferio distinto.

“Lo que se pensaba era que ambos formaban parte de un mismo grupo, y que luego las condiciones de cada lugar los llevaron a diferenciarse en dos géneros. Eso no fue así; directamente pertenecían a grupos distintos. Es decir, creíamos que eran hermanos, pero vemos que son más bien primos”, explica Leopoldo Soibelzon, investigador independiente del CONICET y uno de los autores de la publicación. El fundamento de aquella hipótesis siempre fue el parecido que tenían a nivel morfológico. Tanto Arctotherium como Arctodus fueron animales enormes que llegaron a pesar mil kilos y a medir 4 metros y medio estando erguidos. “Nosotros no nos damos una idea de estas proporciones, porque no estamos acostumbrados a convivir con osos, pero han sido ejemplares realmente espeluznantes”, apunta.


¿Y por qué guardaban semejanzas a cada lado del planeta si resultaron no estar tan emparentados? “Con este descubrimiento, podemos deducir que tiene que haber sido debido a factores externos como la disposición del alimento y la presencia de otros carnívoros. Evidentemente, en ambas regiones geográficas la configuración de los ecosistemas fue parecida, y en su evolución los llevó a adquirir
características similares, en lo que se denomina ‘convergencia morfológica’”, detalla Soibelzon.


En un principio estos grandes mamíferos sólo existían en América del Norte, y comenzaron a llegar al sur hace unos 3 millones de años durante el Gran Intercambio Biótico Americano, como se conoce a la migración de diferentes especies a través del istmo de Panamá cuando los continentes se unieron. En esta parte del mundo se encontraron con una fauna muy variada de herbívoros que no contaba con carnívoros de gran tamaño, y por lo tanto probablemente la competencia por el alimento era muy baja, lo cual les permitió alcanzar las enormes dimensiones que los caracterizaron. “Al mismo tiempo, los que quedaron en su lugar de origen también se tornaron gigantescos, pero como consecuencia de presiones ambientales en aquellas latitudes”, reflexiona el paleontólogo.

Estos animales vivieron en América del Sur hace entre 2 millones y 10 mil años, cuando desaparecieron como tales. Y es que a lo largo de su evolución, las especies dentro de Arctotherium tendieron a hacerse cada vez más pequeñas y a adquirir hábitos herbívoros. En la actualidad el género está representado únicamente por Tremarctos ornatus, conocido como oso de anteojos, con ejemplares que alcanzan un peso máximo de 125 kilos de alimentación omnívora pero con un alto contenido de vegetales en su dieta.

Los análisis que derivaron en estas conclusiones se realizaron en Australia a partir de un fémur hallado en la Cueva del Puma, al sur de Chile, donde el estado de conservación del hueso permitió extraer colágeno de su interior, la única molécula a través de la cual se puede obtener información genética de fósiles tan primitivos. “En nuestro país, restos de estos animales han aparecido en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, San Luis, Entre Ríos y Catamarca, pero las condiciones de preservación no han sido favorables y por ende nunca fue posible aplicar técnicas de ADN antiguo”, añade el investigador.

Aves marinas presentes en el polo sur



La otra novedad paleontológica consiste en el hallazgo en territorio antártico de restos de pelagornítidos, aves marinas extintas cuya existencia en esa parte del mundo se sospechaba pero no terminaba de confirmarse. Estos pájaros primitivos se caracterizaban por su gran tamaño y por poseer pseudo dientes en el borde del pico. Si bien se conocía su presencia en otras partes del planeta, hasta ahora la evidencia recogida en el continente blanco no permitía asegurar que también allí se hubieran establecido. Finalmente, se acaba de comprobar que sí lo hicieron, y durante muchísimo tiempo: entre 34 y 50 millones de años atrás, durante el Eoceno de Antártida.

“Los estudios también nos revelan que hubo al menos dos especies de pelagornítidos: unos grandes, de 5 metros de ancho con las alas abiertas, y otros gigantes, con hasta 7 metros en la misma medida”, cuenta Carolina Acosta Hospitaleche, investigadora independiente del CONICET y participante de la investigación. Estas aves, señala la especialista, coexistieron en esa parte del planeta junto con pingüinos y albatros, pero no se adaptaron tan exitosamente como aquellos a los cambios del medio ambiente, y desaparecieron 2 millones y medio de años atrás. Su apogeo, en tanto, había sido muchísimo tiempo antes: hace unos 40 millones de años, mientras no tuvieron competidores directos.

“Su característica principal era tener pseudo dientes o dientes falsos, que en realidad eran prolongaciones óseas en la punta del pico que los ayudaban a sostener el alimento”, describe Acosta Hospitaleche, y continúa: “No capturaban presas sumergidos bajo en el agua, como hacen los pingüinos, ya que su mandíbula no tenía fuerza suficiente para ejercer semejante presión. Lo hacían, en cambio, con un vuelo rasante, atrapando peces en la superficie”. Cabe destacar que en aquellos remotos tiempos el clima en la Antártida no era polar como en el presente. “De hecho no estaba cubierto de hielo e incluso había bosques, similar a las condiciones actuales de la provincia de Tierra del Fuego. Era más bien templado frío”, apunta.

Los estudios comparativos que dieron lugar a la presente publicación se realizaron en el Museo de La Plata principalmente con restos de picos y húmeros –huesos que permitieron medir las alas- hallados en campañas antárticas de hace tres años. También se utilizaron algunos materiales guardados en la colección en la última década y media. “Este verano estuvimos allá nuevamente y recolectamos gran cantidad de fósiles, con lo cual en los próximos meses nos abocaremos a su análisis para tener más información al respecto”, cuenta la especialista.

Teniendo en cuenta la extraordinaria antigüedad de los restos, Acosta Hospitaleche enfatiza las complicaciones a la hora de estudiarlos, especialmente “debido a que no se trata de esqueletos completos, con lo cual las comparaciones son sólo parciales, algo que dificulta la asignación de los fósiles a las especies ya conocidas, o la posibilidad de proponer otras nuevas”, según sus palabras.

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