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martes, 22 de abril de 2014

Confirman juicio oral por la “masacre de Wilde”

La justicia bonaerense rechazó el planteo de las defensas de los policías involucrados en una causa cruzada por el atentando a la Amia y negocios turbios de “La Bonaerense”

Avenida Ramón Franco en Wilde
La Suprema Corte de Justicia bonaerense rechazó un recurso extraordinario para recurrir a la órbita nacional presentado por los policías acusados de matar a cuatro personas en 1994, en un caso que se conoció como la "Masacre de Wilde".

El fallo rechazó el recurso extraordinario de recurrir a la Corte nacional que habían presentado los policías, cuyos sobreseimientos fueron dejados sin efecto en noviembre pasado por el máximo tribunal bonaerense, que ordenó reabrir la investigación.

Una fuente judicial precisó que los policías "presentaron el 14 de abril último un recurso de queja ante la Corte Suprema de Justicia, que aún no resolvió".

El 27 de noviembre último, la Suprema Corte provincial consideró que el cuádruple crimen conocido como "La masacre de Wilde" representa una "grave violación de los derechos humanos con aptitud para comprometer la responsabilidad internacional del Estado".

Por la "Masacre de Wilde" habían sido detenidos y procesados los policías Cesar Córdoba, Carlos Saladino, Norberto Mantel, Osvaldo Lorenzón, Eduardo Gómez, Pablo Dudek, Marciano González, Julio Gatto, Hugo Reyes y Marcos Hugo Rodríguez.

Los sobreseimientos de los efectivos fueron dispuestos por la Justicia de primera instancia y confirmados por la Cámara de Apelación y Garantías del Departamento Judicial Lomas de Zamora, aunque a fines del año pasado fue revocado por la Corte provincial.

La masacre de Wilde ocurrió el 10 de enero de 1994, cuando once policías de la ex Brigada de Investigaciones de Lanús de la policía bonaerense descargaron casi 240 tiros de ithacas y ametralladoras sobre dos autos en busca de supuestos delincuentes y asesinaron a cuatro personas.

Las víctimas fueron el remisero Norberto Corbo y sus pasajeros Claudio Mendoza y Enrique Bielsa, quienes viajaban a bordo de un Peugeot 505, y el vendedor de libros Edgardo Ciccutín, que se trasladaba en un Dodge 1500, conducido por Claudio Díaz.

De acuerdo a la investigación, un Renault 21 en el que se conducían cuatro efectivos de la Brigada de Investigaciones de Lanús, interceptó el paso y chocó el Peugeot.

Minutos después se sumaron otros cinco policías que llegaron en otro vehículo y acribillaron a balazos el Peugeot, por lo que murieron los tres ocupantes.

Ante esta situación, Díaz trató de eludir esa escena, pero un grupo de los policías lo hicieron detener, bajar del auto con sus manos en alto y lo obligaron a tirarse al piso.

Cuando Ciccutín trató de hacer lo mismo fue baleado y luego murió en el hospital de Wilde por esas heridas.

De acuerdo a los peritajes, ambos vehículos y las víctimas recibieron unos 200 impactos de bala calibre 9 milímetros, disparados con pistolas y al menos un subfusil Uzi.

El periodista Ricardo Canaletti así narró el hecho en una de sus crónicas televisivas:

El 10 de enero de 1994 un grupo de 15 policías vestidos de civil en cinco autos sin identificación hacían, según dijeron después, prevención de hurtos y robos en una zona donde no había hurtos y robos. No tenían orden de nadie para hacerlo. ¿Prevención sin uniforme, sin sirena, sin balizas? Sólo llevaban sus armas y el dato que por la zona circulaba un Peugeot sospechoso y un Dodge 1500 amarillo, con tres tipos, que llevaría plata. Hacía muchísimo calor ese 10 de enero al mediodía. De golpe, la fricción de centenares de balazos (200, 300…), las calles, los árboles, los ruidos, el sol, los vidrios rotos, la chapa retorcida, los gritos, la cacería, la sangre por todos lados, las armas humeantes, los cadáveres.

En la avenida Mitre, a la altura del Parque Domínico, los autos sin identificación comenzaron a perseguir a un Peugeot 505 sin darle nunca la voz de alto. Rápidamente, ya sobre la avenida Franco, en Wilde, los policías vestidos de civil, todos de la trágica Brigada de Lanús, alcanzaron su máxima potencia de fuego; menos los choferes, todos tiraron contra el Peugeot 505, remís, que luego se sabría que venía de Santos Lugares. El drama duró cuatro cuadras hasta que el Peugeot chocó. Los policías continuaron disparando como poseídos y los tres ocupantes del Peugeot, el remisero Norberto Corbo, de 31 años, y sus pasajeros, Enrique Héctor Bielsa y Gustavo Pedro Mendoza, terminaron muertos con decenas de balazos cada uno, más de 200 en total. Dijeron que
desde el Peugeot les habían disparado pero ningún policía salió lesionado, sólo transpirado. Sus autos estaban sin un rasguño. Fue una descarada mentira policial.

Casi simultáneamente apareció en el lugar un Dodge 1500 amarillo con Claudio Díaz al volante y Edgardo José Cicutín, viajante de comercio y vendedor de libros, a su lado. Iban hacia Berazategui con el baúl lleno de libros. Díaz y Cicutín escucharon los disparos contra el Peugeot y, tal como hicieron otros automóviles, aceleraron para alejarse del lugar. Sin embargo los tiros empezaron a escucharse más cerca. Les disparaban a ellos. “Gordo, nos están tirando a nosotros”, le confirmó Díaz a Cicutín. No sabían quiénes ni por qué. Tampoco vieron autos de la policía. Con los neumáticos destrozados, el pequeño coche se detuvo. Antes de bajar del auto, Claudio Díaz miró hacia el lado del acompañante y vio por última vez a Cicutín con vida. “Salí y me encontré a todos los tipos armados, de civil, en abanico. Nos gritaban que nos tiremos al piso. Yo me tiro primero, me ponen un arma en la cabeza y alguien me apoya las rodillas en la espalda. Me preguntaban dónde estaban los fierros y yo les grité que el único fierro que tenía era una lapicera, que yo vendía libros”.

Lo siguiente que oyó fue una ráfaga de diez tiros, los que mataron a su compañero, y una voz que intentaba calmar al policía que disparaba. “Le decía: ¡Pará loco, pará que ya está controlado!”, recordó Díaz. Después, mientras lo subían esposado a un auto, alcanzó a escuchar las quejas de su compañero y un policía que le decía: “Aguantá, Gordito, aguantá que ya viene la ambulancia”. El otro Dodge 1500, prácticamente idéntico, había sido detenido a unas cuadras de donde mataron a Cicutín y casi al mismo tiempo. El error que le costó la vida al librero probablemente les salvó la vida a esos tres hombres que supuestamente acompañaban a los pasajeros del 505 y cuyo único delito era viajar en un Dodge 1500 amarillo.

La Justicia nada investigó, secuaz de los policías trágicos de la trágica Brigada de Lanús. Solamente la primera jueza del caso, Silvia Susana González, se dio cuenta de lo evidente, es decir que los policías habían salido de caza humana. Procesó a 11 de ellos. Pero toda la institución policial (que quedó desinstitucionalizada por esto) y el estado provincial (el secretario de seguridad de entonces, Alberto Piotti, reiteró la impune costumbre de los funcionarios de presionar a los jueces cuando fue a “visitar” a la jueza) propiciaron el apartamiento de Silvia Susana González y la llegada al expediente de un juez mucho más amigable, que sobreseyó a todo el mundo en 1999. Solo quedó un policía prófugo al que todos le echaron la culpa de haber disparado más de 280 tiros, el cabo Marcos Ariel Rodríguez. Este policía aún permanece prófugo y se mantendría por el aporte de la varias veces denunciada cooperativa policial clandestina, que exige una cuota a todo policía para sostener a los colegas “en desgracia”.

¿Qué pasó en Wilde aquél verano de 1994? Héctor Enrique Bielsa era un hombre con relaciones con la trágica Brigada de Lanús. Era un informante policial que habría robado o se habría quedado con dinero de la venta de droga, actividad auspiciada por trágicos policías de Lanús. Ese fatal día de 1994 lo estaban esperando en Wilde. A causa de la masacre y del arresto inicial de los trágicos policías, sus colegas de Lanús comenzaron a realizar colectas para pagar abogados y mantener a las familias de los detenidos. Echaron mano a todos los recursos ilegales que tiene a su alcance el policía trágico: extorsiones a comerciantes, piratería del asfalto, las coimas que pagan los prostíbulos para seguir funcionando, las coimas provenientes del juego ilegal. Uno de los “apretados” por la brigada trágica es Carlos Telleldín, un mecánico con negocios dudosos. La masacre de Wilde ocurrió en enero y la explosión de la Amia en julio.

Todos los policías trágicos habían zafado. Hasta que en 2009 la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires resolvió (antes de recibir la segura amonestación desde foros internacionales) que el caso no estaba prescripto con relación a dos de los policías, el oficial inspector Julio César Gatto y el sargento Pablo Dudek, y que el proceso debía continuar a su respecto. Tal vez terminen en un juicio oral. Ojalá. Es poco, porque son dos de once.

Fuente: Tinta Judicial

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